La localidad francesa de Etretat mira desde las rocas de su famosa costa hacia las aguas del Atlántico y del Canal de la Mancha, en la Normandía alta. No muy lejos de su playa, hacia el interior, sobrevive una villa antigua, rodeada de un jardín donde se esconde la memoria de espléndidas fiestas y concurridas soireés “naturalistas”.
La casa fue el retiro más especial de una de las grandes figuras de la literatura francesa: Guy de Maupassant (1850-1893). El escritor había nacido no lejos de allí, en el castillo de Miromesnil (Tourville-sur-Arques), a 8 kilómetros de Dieppe, aunque su familia pronto retornó a la villa donde el pequeño Guy pasó su infancia y adolescencia rodeado de olas y pescadores, escondido entre las brumas de los bosques y correteando por los paseos arbolados.
Con 17 años, en 1867 años, conoce al que fue su maestro y mentor, el también normando, Gustave Flaubert quien le anima y ayuda a instalarse en Paris, donde la carrera literaria de Maupassant comienza a despuntar, convirtiéndose en el gran escritor del llamado naturalismo francés, junto con Émile Zola. La amistad entre los dos escritores acabó con la muerte de Flaubert en 1880. A pesar de la diferencia de edad, ambos compartían, además de su origen normando, un espíritu melancólico y depresivo que les acabo pasando factura.
Un chalet mirando al mar
La buena acogida de su colección de relatos «La maison Tellier» permite a Maupassant conseguir el dinero que necesita para hacerse una casa en el lugar de sus recuerdos infantiles. Su madre le cede un terreno, y allí construye “La Guillette”, la villa que inaugura en 1883 y a la que le da un estilo un tanto mediterráneo, para recordar así sus inviernos en el sur de Francia.
Maupassant adoraba su casa en Etretat. Allí escribió muchos de sus trabajos más conocidos como Bel-Ami, su segunda novela publicada con éxito en octubre de 1884. Se esmeró en la construcción de un jardín que rodeaba la casa y que estaba repleto de macizos donde se abrían, según la estación, rosas y claveles, dalias o crisantemos. Hileras de fresnos y de olmos blancos lo delimitaban. Su estancia se prolongaba cada año desde junio hasta noviembre, cuando empezaban los fríos y las brumas.
Cuando La Guillette se abría empezaba la fiesta y su jardín se convertía en escenario de dramas, comedias y divertimentos.
El periodista Jean Lorrain evocaba el ambiente que acompañaba a la llegada del escritor a la villa en un articulo aparecido en 1898, unos años después de la muerte del autor de Bola de Sebo .
“La Guillette, la pequeña villa perdida a lo lejos en el valle, era el peregrinaje de bellas damas de la costa e incluso de otros lugares. Llegaron yates de Deauville que atracaron entre la puerta de Aval y la puerta de Amont, mientras que una princesa y una marquesa auténticas, y del más alegre tercer Imperio, descendían en chalupa para hacer una visita al autor de Bel-Ami”
Los aromas de Etretat
Dicen que el olfato tiene memoria. Quizás fue el aroma de su jardín de Etretat el ultimo recuerdo que llevo el escritor a su tumba en 1892. A los graves problemas nerviosos heredados y que le acompañaron durante toda su vida, se unen las terribles consecuencias de la sífilis. Tras varios intentos de suicidio finalmente es internado en 1891 y muere un año más tarde, a la edad de 42 años.
Recordar hoy al Maupassant es recrear el aroma de su querido jardín:
La misteriosa tuberosa, a la cual Zola atribuía cualidades definitivamente eróticas.
La deliciosa mora, abundante en la campiña normanda y madura al final del verano.
La aromática vainilla que perfuma los atardeceres con una exótica fragancia.
Como dijo un cronista en su obituario, “Guy de Maupassant reposa, tras una vida trepidante, en el cementerio de Montparnasse, no lejos de su vecino Maurice Leblanc, su vecino de Etretat”.